miércoles, 9 de noviembre de 2011

AMORES, amigos, amantes y amados. (Amor dulce de verano)

Para mi hermano Enrique, mi fiel seguidor. Él no disfrutó estos años, pero nos los ha oido contar millones de veces, somos muy pesados. El penúltimo verano en esa playa (1971) él era la barriga gorda de mi madre. Nació el 20 de Septiembre y ella seguía nadando el día 15. El mar le hacía sentirse mas liviana. Las amigas le decían:

- Ay  Pilar, que cualquier día sales del agua con el niño en los brazos. 

Y nuestro último año en aquel paraiso infantil solo era un bebe gordote al que para dormir la siesta, mientras mi madre recogía la cocina, le tenía que mecer en brazos cantándole "Titarras" una y otra vez.....¡Que pesado era para dormir!. 


Eh, un momento, no penséis que yo ya era una vieja. Solo tenía diez años.


Ponedle música !!


Guitarras, lloren guitarras 





Amor dulce de verano





Mi primer amor se llamaba José María. Ni Chema ni Josemari, no. JoséMaría.  Había que decirlo todo seguido. Era canario. No entiendo  muy bien por qué un canario veraneaba en Murcia, pero a mi me parecía estupendo. No guardo ninguna imagen de su cara. Por mas esfuerzos que hago no consigo recordarle. Claro, es que teníamos siete años. Bueno, puede que él tuviera ocho. El era mayor, mayor, mayor.

Pero si recuerdo nítidamente las tostadas con dulce de leche  -leche condensada al baño maría-  a las que me invitaba su madre para merendar. Eran tan dulces como él. A menudo bajaba a buscarme

-Que dice mi madre que si quieres tostadas.
A mi me llegaba la sonrisa de una punta a otra de la cara, por el dulce de leche. Y me revoloteaban miles de mariposas en la tripa, por él.  Mi familia "vacacionaba" en la planta baja y la suya justo en el piso de encima. La casa solo tenía dos plantas y se subía por una escalera exterior.



Soy hija de maestra -a ella le debería dedicar mil capítulos en este blog- por lo tanto nuestras vacaciones empezaban el 24 de Junio y terminaban el 15 de Septiembre. Así que tres meses en la playa daban para mucho (como mis cincuenta). Una cuarta parte de mis años de pequeña los pasaba junto al mar. Por aquellos años, finales de los 60, aquel "pueblico" playero solo tenía una carretera de acceso asfaltada que accedía desde la nacional y bordeaba el pueblo por la costa hasta la Torre.  Una tienda de ultramarinos, una iglesia con cura malo (prédicaba que las chicas éramos herramientas del demonio. Igual tenía razón) y catequesis todas las semanas. Un cine al aire libre con programas dobles al que íbamos todos, cada uno con nuestra silla. Y un horno de pan al que llevábamos los pollos a asar y las fuentes con tomates, cebollas, pimientos y berenjenas para hacer luego lo que siempre hemos llamado en casa "ensalada murciana". La Torre de la Horadada era y es realmente una pedanía de un pueblo de Alicante, el último, en la linde, pero yo siempre sentí que veraneaba en Murcia.




Nuestra vida esos tres meses era divertida y rutinaria. Levantarse, ir a la playa, volver, quitarse el "galipote" que se pegaba a las plantas de los pies, ducharse con agua fría en el patio, comer  -que ricas comidas hacían entre mi tía y mi madre-  Después había que respetar la siesta de los mayores -a nosotros nunca nos obligaron a dormirla- merendar, jugar tirando piedras a las latas con avisperos, y  montar en bicicleta.  Íbamos a todas partes sobre dos ruedas. Las bicicletas nos proporcionaban la oportunidad de hacer emocionantes excursiones por aquellos parajes medio silvestres que nos rodeaban. A partir de los cuatro años, no había niño que no supiera montar y no tuviera su Orbea. Mi  madre  nos enseñaba con infinita paciencia y muchos riñones. A nosotros tres, a mis tres primos murcianos de adopción, y a los tantos que pasaban en aquellos casi tres meses por allí. En alguna ocasión nos juntamos en la casa diez primos. Todos nacidos entre el 58 y el 66. Verdaderamente divertido. Ah, todos menos yo chicos y eso marca carácter. Éramos habilidosos, en dos días intensivos, lanzándonos por rampas, estábamos ya preparados para recorrer el mundo.



Las cenas y las noches las tengo borradas. Solo recuerdo de ellas los dolores de espalda quemada en la cama los primeros días. Pero era algo asumido, tenía que pasar. A la semana  ya estábamos negros como carbones. Nos protegíamos del sol con crema Nivea de la  caja azul  -si "san dermatólogo" nos pillara-  y nos lavábamos la cabeza en el mar con jabón de brea, envasado en unos divertidos rombos de plástico individuales. Si, lo hacíamos en el mar. Entonces no teníamos conciencia de la contaminación y esas cosas comprometidas de hoy en día. Y además, era un acto casi de comunión colectiva con la higiene y con el agua. Nos poníamos en círculo, las madres no daban champú y...a hacer espuma. Esto sucedía una vez a la semana, a ver si ahora vais a pensar que somos los responsables de la muerte del delfín del Mediterraneo y del cambio climático.



La propuesta llegó de mi primo Quique, otro de mis amores infantiles, un año mayor que yo. Pero enamorarse de un primo era pecado. Casarse con él estaba prohibido y además los niños nos nacerían tontos.
-¿Y si nos vamos esta tarde con Isabelita y con JoseMaría a las higuericas y nos damos un beso?. 
Alé, así, sin entradilla.  Isabelita era su candidata a novia para todo el verano.  Y JoseMaría, ay, era JoseMaría. Dicho y hecho. A las partes contratantes de las segundas partes la idea no les pareció nada mal. Pedimos meriendas, cogimos las bicis y.....a iniciarnos en el arte del sexo !!!



Nosotros llevábamos "hoyos" ("joyos" con una h aspirada) de pan con aceite:
  1. Cójase el corrusco del pan, el pico. Un trocito generoso.
  2. Sáquese la miga.
  3. Llene el fondo de aromático aceite mediterráneo.
  4. Añada sal o azúcar, según el gusto y como sea uno de "dulce y tierno" o "saldo y divertido".
  5. Vuelva a poner la miga de tapadera.
  6. A deleitarse !!!!. Dieta mediterránea pura.
JoséMaría llevaba sus fantásticas tostadas de dulce de leche (esta vez en bocadillo) e Isabelita.....pues no se, su madre era un poco rara, supersticiosa -los días 12+1 no salían de casa, no bajaban a la playa y la progenitora no se levantaba de la cama- Además hipocondríaca. Era enfermera ¿tendría eso algo que ver?. Se pasaba la vida pensando que sus hijas estaban anémicas y les ponía semanalmente unas dolororosísimas inyecciones de hierro.Siempre merendaban distinto del resto.


El camino a las higuericas transcurría por interminables campos de ñoras, que alguna vez nuestra curiosidad nos llevo a probar directamente de las matas y nos dejaron la lengua muerta durante unas horas. Picaban como demonios. Era de tierra. Supongo que no sería mucha distancia, pero a nosotros nos parecía que nos íbamos al fin del mundo.
Los árboles crecían entre dunas de playa y la diversión estaba asegurada. Trepábamos a sus ramas y allí permanecíamos, como titis encaramados, durante buenos ratos. Luego nos retábamos a ver quién era el más valiente y saltaba desde la altura directamente a la arena. Nos tomábamos nuestros bocadillos y nos empachábamos de brevas dulces recién cogidas.



Comer las brevas era todo un ritual. Primero las arrancábamos seleccionando las mas maduras. Nos hacíamos tatuajes con la leche que brotaba. Las abríamos e inspeccionábamos minuciosamente  para evitar comer "carne" con la fruta -no solo a nosotros nos gustaban las brevas, a los gusanos también-   y por fin las saboreábamos, sin pelarlas, de dentro hacia afuera, manchándonos continuamente de morado los morretes y tirando las pieles al pie de la higuera.
Terminaba la tarde. Había que regresar habiendo ejecutado lo planeado. Bajamos de las higueras.
-¡Primero tú! -le dije a Quique
Se acerco a Isabelita y le dio un beso rápido cerrando los ojos y rozando los labios.
Me tocaba a mi. Me iba a desmallar. JoseMaria me cogió suavemente de la cintura, muy flojito. Cerro los ojos. Yo también los cerré. Eso seguro que también era pecado, mejor no mirar. Y acaricio  mis labios con los suyos. 
¡Madre mía !¡Lo había hecho !
Ni nos miramos. Cogimos deprisa las bicicletas como si huyéramos de algo y corrimos a nuestras casas. El sol se ponía al otro lado del mar y las olas nos iban acompañando con su canción en nuestra huida.Creo que ni nos despedimos.
Cuando evoco este recuerdo, absolutamente nítido en mi memoria, noto aún las cosquillas en los labios y me relamo para recordar el  sabor de las brevas y del dulce de leche.



Una bicicleta, testigo de esta historia, pequeña y azul, aún descansa en mi garaje.

Pdpz







1 comentario:

  1. Los primeros amores siempre dejan en el recuerdo, olores, sabores, colores, músicas....Los demás también.
    Lo que no dejan nunca es sensación de tristeza ni amargura :)))

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