Miserere mei, Deus,secundum magnam misericordiam tuam.
Et secundum multitudinem miserationum tuarum,dele iniquitatem meam.
Amplius lava me ab iniquitate mea: et a peccato meo munda me.
I
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.
María recuerda la eternas tardes recitando en el colegio de las monjitas del Sagrado Corazón los textos históricos de la enciclopedia Álvarez.
Mientras, recorre con su viejo R5 rojo las carreteras que, atravesando la terrible estepa castellana de finales de Agosto, le conducen de vuelta a casa desde el pequeño pueblito Soriano. Le ha surgido la oportunidad de trabajar de rural este mes. Estaba sola. Y pagan un dineral por un mes de suplencia. Desde su consulta en el pequeño pueblo, se ha tenido que hacer cargo de la asistencia de otros cuatro igual de pequeños pero con distancias de no menos de ocho kilómetros entre uno y otro.
No se arrepiente de la experiencia. Ha sido única. Los pequeños pueblos de la España profunda, sus gentes ancladas en el siglo pasado, la sobriedad castellana, los interminables ratos de soledad acompañada de su música y sus libros y el reencuentro.
Recorre los kilómetros de vuelta a casa recordando, y un calor interno la recorre. Sin querer pisa el acelerador, vuelve el deseo...
Agosto había ido pasando entre calores, viajes y rutinas. Salvo por los kilómetros acumulados, no podía quejarse del trabajo. Siempre lo mismo. Siempre los mismos. Mucho viejo y mucha soledad. Ella sola. Ellos solos. Ratos de charla y compañía mutua. La mejor medicina y la mas agradecida.
Prácticamente nada variaba su canción diaria. Levantarse temprano, casi con el sol. Un buen desayuno con dulces regalados y leche fresca. Un rato de paseo por la orilla del río y vuelta a la consulta. Ya la estaban esperando. Cuando no hay nada que hacer, la consulta de la enfermera es un buen lugar de reunión. Tomar unas tensiones de "por-que-si" a las que María no se podía negar. Tres achaques contados cada tres días. Alguna cura -pocas- de la gente del campo. En este tiempo las tierras no dan mucha tarea y no hay muchos que vengan a estar con los abuelos. Así de pueblo en pueblo, dos cada día si no había avisos.
Comida en la cantina del casino, que heredó el nombre de mejores tiempos. Para qué guisar si allí estaba rica y era barata. Larga siesta y después otro paseo al caer "la fresca".
-Buenas tardes María. ¿Qué, paseando?
-Pues si Pedro, ya ve. Haciendo un poco de hambre para la cena.
-¡Cuidese señorita. Que haríamos nosotros sin usted!
-Pues vivir estupendamente Sagrario. Como ustedes saben hacerlo.
-Ale ...con Dios!! Que tenga buena noche. Prontito pa' casa que luego refresca.
-Gracias pareja. Buenas noches !
Casa, cena, tele y libro en el patio estrellado. Un pequeño patio con un manzano y cuatro macetas con geranios, en el que María pasaba horas de noche, soledad y música. Luego a dormir. Un día más.
Solo le quedaban 5 días al mes para finalizar. Nada hacia pensar que lo que quedaba fuera a ser diferente.
-¿María hija, esta usted despierta ?
La voz de Amparo la panadera sonaba al otro lado de la persiana desenrollada.
-Si Amparito. ¿Que pasa a estas horas? ¿Qué hora es?
María se había incorporado en la cama y trataba de adivinar en el reloj la hora. Sin sus gafas y tan dormida era tarea difícil.
-Es pronto María. Es que están aquí de la Abadía. Que a uno de los monjes le ha pasado no se que, y necesitan tu ayuda.
-Ahora salgo. Un momento.
Estaba desnuda. Unos rayos del sol recién nacido iluminaban apenas su cuerpo a través de las lamas de la persiana. Aunque las noches eran frescas, en cuanto empezaba a amanecer su cuerpo se iba pintando de sudor. Terminaba entonces desnuda encima de las sábanas añorando un abrazo compañero. Despertaba a veces ungida del deseo que se había traído consigo de algún sueño y acariciaba su cuerpo, sus caderas, sus pechos, su secreto, como si fueran las manos del amante. Buscaba entonces calmar la sed que le llamaba desde dentro. Unas cuantas caricias, un frenesí, y pronto unos espasmos placenteros. Se quedaba un rato tumbada jadeando, recuperando el aliento y poco a poco volvía a la rutina. Levantarse, una ducha, trenzarse el pelo...
Hoy no había tiempo. Se levanto deprisa y se puso el vestido de botones fresquito que, casi sin abrochar, utilizaba para estar en casa. Salió a la puesta donde Amparito estaba esperando.
-¡Tápese un poco María, que son los monjes!
Con las prisas no había reparado en que los pocos botones abrochados dejaban prácticamente a la vista sus pechos y el último, de abajo, coincidía con la Y maravillosa de sus piernas.
-Uy, por Dios. Tiene razón Amparo ! Con las prisas ni me he dado cuenta.
En la puerta de la consulta esperaban dos monjes benedictinos de la cercana abadía, la que se levantaba junto al río. Los hábitos y sus capuchas le hicieron despertar un recuerdo dormido. Hacía dos años. No había vuelto a verlos.
Aquí no termina. Solo acaba de empezar.........
"Escribimos como somos. Somos como vivimos. Vivimos como sentimos. Escribe lo que sientas y no sientas por lo que escribas"
No se arrepiente de la experiencia. Ha sido única. Los pequeños pueblos de la España profunda, sus gentes ancladas en el siglo pasado, la sobriedad castellana, los interminables ratos de soledad acompañada de su música y sus libros y el reencuentro.
Recorre los kilómetros de vuelta a casa recordando, y un calor interno la recorre. Sin querer pisa el acelerador, vuelve el deseo...
II
Prácticamente nada variaba su canción diaria. Levantarse temprano, casi con el sol. Un buen desayuno con dulces regalados y leche fresca. Un rato de paseo por la orilla del río y vuelta a la consulta. Ya la estaban esperando. Cuando no hay nada que hacer, la consulta de la enfermera es un buen lugar de reunión. Tomar unas tensiones de "por-que-si" a las que María no se podía negar. Tres achaques contados cada tres días. Alguna cura -pocas- de la gente del campo. En este tiempo las tierras no dan mucha tarea y no hay muchos que vengan a estar con los abuelos. Así de pueblo en pueblo, dos cada día si no había avisos.
Comida en la cantina del casino, que heredó el nombre de mejores tiempos. Para qué guisar si allí estaba rica y era barata. Larga siesta y después otro paseo al caer "la fresca".
-Buenas tardes María. ¿Qué, paseando?
-Pues si Pedro, ya ve. Haciendo un poco de hambre para la cena.
-¡Cuidese señorita. Que haríamos nosotros sin usted!
-Pues vivir estupendamente Sagrario. Como ustedes saben hacerlo.
-Ale ...con Dios!! Que tenga buena noche. Prontito pa' casa que luego refresca.
-Gracias pareja. Buenas noches !
Casa, cena, tele y libro en el patio estrellado. Un pequeño patio con un manzano y cuatro macetas con geranios, en el que María pasaba horas de noche, soledad y música. Luego a dormir. Un día más.
III
-¿María hija, esta usted despierta ?
La voz de Amparo la panadera sonaba al otro lado de la persiana desenrollada.
-Si Amparito. ¿Que pasa a estas horas? ¿Qué hora es?
María se había incorporado en la cama y trataba de adivinar en el reloj la hora. Sin sus gafas y tan dormida era tarea difícil.
-Es pronto María. Es que están aquí de la Abadía. Que a uno de los monjes le ha pasado no se que, y necesitan tu ayuda.
-Ahora salgo. Un momento.
Estaba desnuda. Unos rayos del sol recién nacido iluminaban apenas su cuerpo a través de las lamas de la persiana. Aunque las noches eran frescas, en cuanto empezaba a amanecer su cuerpo se iba pintando de sudor. Terminaba entonces desnuda encima de las sábanas añorando un abrazo compañero. Despertaba a veces ungida del deseo que se había traído consigo de algún sueño y acariciaba su cuerpo, sus caderas, sus pechos, su secreto, como si fueran las manos del amante. Buscaba entonces calmar la sed que le llamaba desde dentro. Unas cuantas caricias, un frenesí, y pronto unos espasmos placenteros. Se quedaba un rato tumbada jadeando, recuperando el aliento y poco a poco volvía a la rutina. Levantarse, una ducha, trenzarse el pelo...
Hoy no había tiempo. Se levanto deprisa y se puso el vestido de botones fresquito que, casi sin abrochar, utilizaba para estar en casa. Salió a la puesta donde Amparito estaba esperando.
-¡Tápese un poco María, que son los monjes!
Con las prisas no había reparado en que los pocos botones abrochados dejaban prácticamente a la vista sus pechos y el último, de abajo, coincidía con la Y maravillosa de sus piernas.
-Uy, por Dios. Tiene razón Amparo ! Con las prisas ni me he dado cuenta.
En la puerta de la consulta esperaban dos monjes benedictinos de la cercana abadía, la que se levantaba junto al río. Los hábitos y sus capuchas le hicieron despertar un recuerdo dormido. Hacía dos años. No había vuelto a verlos.
Aquí no termina. Solo acaba de empezar.........
Ten misericordia de mi, oh Dios: conforme a tu gran misericordia.
Y conforme a la multitud de tus piedades, borra mi maldad.
Lávame enteramente de mi culpa,y límpiame de mi pecado.
Porque yo conozco mi maldad, y mi pecado está siempre ante mis ojos.
Y conforme a la multitud de tus piedades, borra mi maldad.
Lávame enteramente de mi culpa,y límpiame de mi pecado.
Porque yo conozco mi maldad, y mi pecado está siempre ante mis ojos.
"Escribimos como somos. Somos como vivimos. Vivimos como sentimos. Escribe lo que sientas y no sientas por lo que escribas"
"Uriel es un hombre de 38 años. Monje en un monasterio cisterciense de la provincia de Soria, de la Regla de San Benito. Ha llegado allí trasladado.............."
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