Le gustaban los días de lluvia. Le proporcionaban la excusa perfecta para quemar las horas, sentado en la mesa del bar, al mismo ritmo que se quemaba el papel de sus cigarrillos en casa. Se había convertido en un ritual.
Sin abrir siquiera los ojos, cuando escuchaba la lluvia golpeando los cristales, o el sonido de los coches al pasar sobre los charcos, la sonrisa se dibujaba en su cara. Se levantaba entonces pesadamente de la cama y se enfundaba sus eternos vaqueros. Calcetines negros, limpios, ordenadamente doblados y guardados en el cajón de la mesilla. Camisa de cuadros pequeños. Una de tantas similares, colgada junto a sus hermanas en el armario. Una visita rápida al cuarto de baño. La chaqueta de cuero negro y a la calle.
No desayunaba en casa. Disfrutaba del placer del primer sabor al calor del bar. Un café expreso con leche bien caliente y una pequeña galletita de canela.
La taza a la izquierda. El periódico desplegado encima de la mesa. Era una excusa. Sobre él colocaba casi de manera religiosa todos los archiperres que sacaba de los bolsillos de la chaqueta: la caja de filtros, el librillo, la bolsa de tabaco cuidadosamente plegada y el pequeño artefacto para liar los cigarros, una pequeña cajita dorada que alguien un día le regaló.
Así pasaban los minutos. Un cigarro tras otro. Y las horas. Una caja metálica llena de perfectos cigarrillos todos iguales. De vez en cuando levantaba la cabeza para ver, sin oír ni entender, lo que la rubia estupenda de la pantalla se esforzaba en contarle.
-Mira que son guapas todas. ¿Las harán en serie? -pensaba-
Sin embargo, a la pantalla donde realmente le arrastraban sus ojos, cada seis "tacks" del sonido del reloj colgado sobre el mostrador, era a la cristalera que tenía a su derecha. Esperaba, siempre esperaba. Hasta que puntualmente, a las once y cinco, el paraguas rojo pasaba por delante. Su corazón se aceleraba y su memoria le transportaba. Ella ya no era la misma. Las gotas de lluvia del cristal no conseguían difuminar la tristeza de su cara. Pero para él siempre existía una sonrisa en el recuerdo que le iluminaba el resto del día.
Pdpz
"Escribimos como somos. Somos como vivimos. Vivimos como sentimos. Escribe lo que sientas y no sientas por lo que escribas"
¿Se despertó la musa?...Me gusta la lluvia, me gusta la nostalgia aunque escriba siempre en su contra, me gusta la imagen que desvirtúa un cristal velado por vaho y lluvia. Me gusta.
ResponderEliminarLas musas son glotonas, sensibles y delicadas....no se alimentan de cualquier cosa. Y necesitan alimentase para estar despiertas. De sentimientos, de imágenes,de vivencias ajenas...
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