«Joséphine dejó escapar un grito y soltó el pelador. La hoja había resbalado sobre la patata produciéndole un gran corte en la piel, en el nacimiento del puño. Sangre, había sangre por todos lados. Se miró las venas azules, la incisión roja, el fregadero blanco, el barreño de plástico amarillo en el que permanecían, blancas y relucientes, las patatas peladas. Las gotas de sangre caían de una en una, salpicando el revestimiento blanco. Apoyó las manos en el borde de la pila y se echó a llorar.
Necesitaba llorar. No sabía por qué. Tenía demasiadas buenas razones. Ésta serviría. Buscó un trapo con la mirada, lo cogió y lo comprimió sobre la herida. Me voy a convertir en fuente, en fuente de lágrimas, fuente de sangre, de suspiros, voy a dejarme morir.
Sería una solución. Dejarse morir, sin decir nada. Se apagaría como una vela que se agota.
Dejarse morir erguida sobre la pila. No morimos erguidos, rectificó enseguida, morimos tumbados o arrodillados, la cabeza dentro del horno o en la bañera. Había leído en el periódico que el método de suicidio más corriente en las mujeres era el de tirarse por una ventana. Los hombres prefieren colgarse. ¿Por la ventana? Nunca podría hacerlo. Pero desangrarse llorando, ignorar si el líquido que sale de una es rojo o blanco. Dormirse lentamente. Entonces… ¡suelta el trapo y mete los puños en la pila! Y aún así, aún así… tendrías que quedarte de pie, y no morimos de pie.
Salvo en combate. En las guerras…
Y aún no estamos en guerra.
Suspiró, se colocó el trapo en la herida, enjugó sus lágrimas y miró su reflejo en la ventana. Todavía tenía el lápiz enganchado en el pelo. ¡Venga! —se dijo—. ¡Pela patatas! ¡Ya pensarás después en lo demás!
"Los ojos amarillos de los cocodrilos"
Katherine Pancol
"Escribimos como somos. Somos como vivimos. Vivimos como sentimos. Escribe lo que sientas y no sientas por lo que escribas"
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